«Te vas a morir»

Eran alrededor de las 9 de la noche; estaba dando una clase.

Mi brazo izquierdo se adormeció. Fue una sensación repentina y bastante extraña.

¿Un infarto? Fue lo primero que pensé.

Me asusté, y bastante.

No sé cómo, pero terminé la clase. Entonces me levanté y fui a tomar un vaso de agua.

Empezó la taquicardia.

Parecía que el corazón se me iba a salir del pecho; también empezó de la nada. Y el adormecimiento del brazo, en lugar de disminuir, había aumentado.

De pronto una idea se instaló en mi mente: me estoy muriendo.

Ahora al recordarlo hasta suena exagerado, pero en ese momento esa sensación fue tan real que no podía pensar en otra cosa.

Intenté calmarme: Tomé agua, caminé, hice ejercicio, leí un poco… Nada sirvió. Esa sensación no hizo más que aumentar.

Después de un par de días le conté a mi familia lo que me pasaba, e hicieron lo que debí haber hecho desde el principio: llamar al doctor.

Terminaron medicándome para calmarme y que pueda dormir un poco (llevaba 3 días en los que apenas había dormido unas horas).

En ese momento no sabía cómo había llegado hasta ese punto; luego me enteré de que ese falso infarto fue en realidad un ataque de ansiedad.

Cuando escuchas de alguien con depresión, ansiedad y ese tipo de males, es fácil pensar «no es para tanto». Cuando te pasa a ti te das cuenta de que sí lo es.

Tu mente se centra tanto en lo negativo, lo amplifica tanto que todo lo demás deja de importar, e intentar «pensar positivo» no sirve de mucho la verdad.

Incluso después de haber sido examinado y medicado, hubo varias noches en las que tuve miedo de acostarme a dormir. Pensaba, de la nada, que no iba a despertar.

Incluso llegué a hacerme un electrocardiograma, solo para estar seguro de que mi corazón en realidad estaba bien.

Y hacía lo imposible por mantenerme ocupado durante día, porque apenas tenía un momento libre mi mente empezaba a repetirme «te vas a morir».

Eventualmente aprendí a lidiar con esa sensación; aunque a veces vuelve con fuerza y necesito hacerle frente hasta que se vaya.

Ha pasado un año y medio desde el primer episodio. Tenía 30 años en ese entonces.

En su momento llegué incluso a cuestionarme si valía la pena hacer esto o comprar aquello, pensando que no estaría aquí el tiempo suficiente para disfrutarlo. Pero aquí sigo, a pesar de todo.

Hace poco cumplí 32, y aunque esas ideas todavía se pasean por mi cabeza de vez en cuando, ya soy capaz de hacer las cosas con bastante más optimismo que antes.

Viendo un poco hacia atrás, creo que sin la ayuda de mi familia me hubiera vuelto loco, literalmente. Tengo suerte de contar con ellos.

Y mis amigos también han ayudado un montón, incluso sin darse cuenta de que lo están haciendo.

Un mensaje, una llamada, una visita, una salida a tomar un café… pueden significar más de lo que piensas para alguna persona que tienes cerca. Y no te cuesta nada. Hazlo.

###

La foto de arriba es de uno de esos días en los que me estaba volviendo loco en casa y un día con amigos lo arregló todo. No diré más.

Deja un comentario