Escapando de la rutina

Si terminamos en un punto sin salida, llamamos al 911 y que vengan a rescatarnos.

Fui con una amiga al volcán Pichincha, una de las elevaciones más conocidas de Quito.

Llegar a la base es cuestión de tomar un taxi y de ahí hasta los miradores se sube en teleférico.

Nada del otro mundo.

Una vez arriba caminamos un rato, subimos hasta donde tuvimos una vista agradable de la ciudad y tomamos algunas fotos.

Se fue haciendo tarde y las pocas personas que estaban arriba, cerca de nosotros, poco a poco desaparecieron.

Aprovechamos que no había nadie más para descansar un poco, subir a los columpios y ver las luces de la ciudad.

¡Se ven genial!

Quito al atardecer

El sol ya se había ocultado, así que decidimos caminar hacia la estación para tomar el teleférico de regreso a la base.

Mientras nos acercábamos notamos algo raro:

Ya no se escuchaban los motores que mueven toda la maquinaria.

Y cuando llegamos a la estación confirmamos nuestras sospechas:

Todo estaba cerrado.

¿Ahora qué hacemos?

Nos preguntamos.

Empezamos a caminar alrededor de la estación buscando alguna forma de bajar o de comunicarnos con alguien, y para nuestra suerte nos encontramos al guardia.

Luego de explicarle que estábamos ahí a esa hora porque nos tardamos demasiado en los miradores, nos dio dos opciones:

  1. Llamar una camioneta para que nos lleve de vuelta a la base (sí, los carros llegan hasta allá arriba).
  2. Bajar caminando.

Intentamos la primera. No tuvimos éxito.

Solo nos quedaba caminar.

El guardia nos dijo que si caminábamos rápido llegaríamos a la base en una hora. Nada demasiado difícil. Y como teníamos suficiente batería para usar los teléfonos como linterna, nos arriesgamos.

15 minutos. Todo bien.

30 minutos. Todo bien.

45 minutos. Ya era evidente que nos tardaríamos más de lo esperado.

1 hora. Apenas íbamos en media montaña.

Y empezamos a preguntarnos algo:

¿Y si tomamos el camino equivocado?

Después de una hora caminando cuesta abajo, regresar ya no era una opción.

—A algún lado llegaremos— pensamos.

Y seguimos caminando.

Pero después de varios minutos seguíamos sin ver alguna señal de que estuviéramos en el camino correcto.

Si terminamos en un punto sin salida, llamamos al 911 y que vengan a rescatarnos.

Era la única solución.

Con cierta frecuencia se escucha de personas que se pierden en la parte alta de la montaña, no así en la parte baja.

Hubiera sido gracioso tener que pedir ayuda para salir de ahí y quizá aparecer en las noticias de la mañana siguiente bajo el titular «dos excursionistas se perdieron bajando la parte más fácil de la montaña».

Afortunadamente no llegamos a eso.

A la hora y media de haber empezado la caminata nos encontramos con algunas vacas y hasta un burro, clara señal de que por ahí había un camino para salir.

Seguimos caminando, por fin con más calma.

En total nos tomó dos horas, pero llegamos al punto que buscábamos.

Después de eso fue cuestión de llamar un Uber y volver a casa.

No fue la aventura más grandiosa de la historia

pero sin duda fue una buena forma de escapar de la rutina.

Eso pasó un lunes por la tarde/noche, a una hora en la que normalmente estoy en casa trabajando o viendo algo en Netflix.

Y entre eso y estar «perdido» en una montaña por la noche, definitivamente me agradó más el segundo escenario.

¿Y lo mejor?

Todo sucedió a poco más de una hora de mi casa.

No gasté más de $20.

No necesité llevar equipo especial.

Fue una salida común y corriente a la que, por casualidad, le añadimos un poco de emoción.

Parece que salir de la rutina no es tan complicado después de todo.

A veces lo único que necesitamos es levantarnos, salir de casa y dejar que las cosas pasen.

Y lo haré con más frecuencia desde ahora.

Deja un comentario